El acto de entrega de la Almendra de Oro 2022 a la Policía Local de Barbastro constató una de esas máximas que, no por sabida, tantas veces olvidamos: solo podemos apreciar –querer incluso– lo que conocemos. Así, al escuchar a cuatro del más de un centenar de agentes que han velado durante el último siglo por nuestra seguridad, acudiendo cuando se les llama, ayudando y sancionando cuando es preciso, se ilumina y engrandece una labor que quizá por cercanía y cotidianeidad no apreciamos en ocasiones, con justicia, en todos sus matices.
La mayor parte de ellos pasan inadvertidos, y seguramente así debe ser, pero no está de más subrayar el esfuerzo que cada día hacen los integrantes de una plantilla escasa que, en turnos de tres personas, asume todas las responsabilidades que tienen, y que no son pocas, con el propósito de que los barbastrenses estén seguros y en paz.
Ese es su objetivo y a eso consagran su servicio, palabra subrayada por el obispo diocesano, en el reconocimiento a la labor callada de todos aquellos que, como la Policía Local, se ocupan de hacer que la vida siga y siga bien.
Lo hacen coordinados con otras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, como la Guardia Civil, y tienen claro que el futuro pasa por estrechar aún más esos lazos, incluso físicamente, con proyectos tan interesantes como unas nuevas instalaciones conjuntas.
De llevarse a cabo, como propuso uno de los oficiales, solventaría las históricas deficiencias que obligan a los locales, por ejemplo, a dejar los vehículos a la intemperie. Pero no son las únicas carencias que anhelan una solución.
Como bien expuso el que ha sido jefe de la Policía en las últimas dos décadas, Vicente Barfaluy, mientras no se igualen las condiciones –salariales y de recursos– de las policías locales en todo Aragón, municipios como Barbastro se verán condenados a formar, integrar y ver cómo se marchan policías, en una tónica que recuerda a sectores como el de los profesionales de la Medicina, y que siempre corre en contra del medio rural.