El mensaje es la inseguridad. No hay más porque ya nada está a salvo. Hace unos días, y a golpe de martillo, robaron la imagen de San Ramón de su hornacina en el barrio de San Fermín. Lleva allí casi cincuenta años, siendo testigo de las idas y venidas de los vecinos. Ese es su valor incalculable, no el económico porque no es que valga millones, pero ese no es el punto. Aquí el quid está en que cuando leo la noticia, a mí ya no me sorprende.
Ese es el verdadero problema. Venimos de un verano en el que las viviendas y garajes han sido el blanco perfecto y más, en el barrio San Fermín. Si bien los datos específicos de Barbastro no están disponibles, las estadísticas del Ministerio del Interior para la provincia de Huesca reflejan una tendencia nada tranquilizadora. Entre enero y junio, los hurtos en la provincia aumentaron de poco más de 570 en 2023 a 683 en 2024. Eso sí, aunque los robos con fuerza en domicilios han experimentado una ligera disminución (175 en 2023 frente a 168 en 2024), la sensación de inseguridad persiste.
Porque esto no va del valor material, lo que cala es la sensación de vulnerabilidad… Esa que no se resuelve con más cerraduras, alarmas ni cámaras.
Cada robo deja más que un coche con las ventanillas rotas o una casa sin joyas. Deja un vecindario alerta, con los vecinos cambiando cerraduras, y un barrio entero atento, preocupado por ser los siguientes en la lista.
¿Soluciones? Quizás la primera sea dejar de normalizar esta situación… ¿La segunda? Mejorar la seguridad y el control en las zonas más vulnerables, priorizar los esfuerzos de vigilancia en los que se consideran “puntos calientes”…
Pero, al final, como en todo, zapatero a sus zapatos. Cada uno debe hacer su parte para devolver la tranquilidad a los vecinos, y eso nos incluye a todos. Yo solo puedo quejarme.