Llega mayo y con él las obligadas visitas y romerías a los lugares de culto mariano. Como el pasado sábado 11 en la ermita de Dulcis que recibió a romeros llegados de Asque, Radiquero, Colungo, Buera, Huerta de Vero y Santa María de la Nuez. En el Somontano, tan pródigo en ermitas, en algunas localidades todavía se conservan las llaves de estos templos en casas particulares.
Esther Quílez sólo negó la llave de Dulcis una vez. Una familia que le daba mala espina e insistía en entrar en la ermita. Ella apretaba fuerte la llave en el interior de su bolsillo. Para ganar tiempo y aclarar su zozobra comentó que iba a dar una vuelta por el pueblo a ver si la encontraba. El paseo fue largo. “Me sentía fatal, me apretaba el corazón y, por supuesto, vieron a la Virgen. Primera vez y única. No se puede negar a nadie una visita a la Virgen”. Nosotras entramos en la ermita, no hay luz y cinco velas eléctricas iluminan con timidez el presbiterio. “Se prohibieron las velas de cera, ahúman el templo y se pueden quemar. Algunos hacen caso, otros no”, aclara.
Vamos a ver a la Virgen de Dulcis y me invita a mirar debajo de la peana. Aparecen varias notas manuscritas y fotos con anotaciones. Las peticiones que la gente presenta a Nuestra Señora. “Yo las guardaba en una caja y se las entregaba al cura”. Quílez, de Casa Ana, ha custodiado la llave de entrada durante años, ahora no. “Dejarla me costó mucho, pero tenía que hacerlo”.
Por Dulcis pasa un goteo incesante de gente que queda reflejado en los cuadernos y las tiras de papel continuo de impresora llenas de nombres, números de documentos de identidad y fechas. Un no parar. “La gente viene por todo lo que le hace falta o por lo que ellos creen que les falta”. Como curiosidad, una vez una señora vino a pedir dinero a la Virgen “y yo le contesté que pidiera ayuda o más trabajo, pero que la Virgen no era un banco”. Muchos ruegan y también muchos otros regresan para dar las gracias.
Quílez, testigo de esas necesidades que muchos le han contado, recuerda con especial cariño el caso de una mujer joven de Benasque a la que le habían diagnosticado un cáncer. Y una segunda opinión médica lo corroboró. Semanas después recibió una llamada de la chica. “Se habían equivocado, me dijo. Algunos me criticarán, creyendo que se no se puede hablar de milagros. Yo no digo nada, pero pasan cosas, lo he visto”.
Estas palabras enlazan con la historia de Dulcis. De hecho, la fama de milagrera llegó a tal punto que en el siglo XVIII el padre Faci cuenta que los vecinos de Buera pidieron al obispo el cambio de fecha de la romería. Se pasó de septiembre (san Miguel) a mayo y todo porque eran tantos los que acudían que, como muchos iban comiendo las uvas, los agricultores encontraban sus campos esquilmados después de la romería.
Cuenta la leyenda que la Virgen se apareció a un pastor sobre un almendro en flor que además contenía un panal de miel, de ahí el nombre de Dulcis. Además, y hasta la pandemia, se conservaba un recipiente de aceite. Se debía colocar una gota en la lengua de los niños para propiciar su fluidez en el habla. “Pero más de uno se llevaba el aceite en frascos y yo me he tenido que descarar más de una vez”, comenta.
Vinculado a la colegiata de Alquézar, según el profesor Antonio Durán, la primera noticia documental conocida de Dulcis se remonta a noviembre de 1162.
En la actualidad, entre las casas vecinas de Buera se guardan dos copias. Esther Quílez nació en Alcaine (Teruel), se crió en Zaragoza y vive en Buera, y recomienda: “A la Virgen hay que pedirle con fe, mirándola a la cara. Yo he estado años cuidando de las llaves y encantada de haberlo hecho”.