Concha Artero presentó hace un mes Todo pasa y todo queda, el segundo libro dedicado a los usuarios de la residencia Somontano de Barbastro. Un compendio de testimonios que, como indica esta trabajadora jubilada de este centro, buscan dar visibilidad a personas vulnerables.
¿De dónde surge la idea de crear estos libros?
Se remonta a mi experiencia en la residencia de mayores de Castejón de Sos, en donde impartía clases de gerontogimnasia. En una ocasión, a través de unas ayudas, publiqué y presenté un trabajo en Fraga sobre la actividad física para personas mayores. Comprobé lo que puede aportar a personas en una situación muy vulnerable, que parece que se encuentran a la deriva antes de morir. Con el trabajo sobre el cuerpo, devuelves a esas personas las riendas de su vida. Aquel primer libro fue un homenaje. Y si reflexiono acerca del porqué de estos tres libros, pues es que he tenido la experiencia de que debo dar voz a esas personas, expresar las emociones de ese contacto continuo con ellas, con la enfermedad, con las familias.
Una residencia no es un lugar donde “aparcar” a los mayores.
No, no. Los familiares no aparcan a sus mayores. Algunos vienen por sí mismos y otros de la mano de familiares porque igual ya no tienen los medios en casa o no se le puede cuidar igual o necesitan una estructura de cuidadores.
Mi padre sufre una demencia y todo el mundo dice que “ya no es él”. Esto refleja lo que pasa socialmente. Ya no te da lo que querías, no cumple una actividad, en una visión utilitarista. Sigue siendo el mismo ser que cuando nació o hizo la comunión o se casó, una persona que pasa por diferentes etapas. Ahora sigue siendo, aunque no me pueda solucionar nada o no haya conversación. No le quita valor a la persona. Para el libro, cuando una persona no ha podido hablar, he hablado con la familia.
Debemos reivindicar que esa persona es algo más que estar viva, nutrida y limpia. Debe haber un mínimo de estímulos. Y sanitariamente, no tienen todo lo que deben. En las inspecciones, la excelencia se basa en firmar papeles. Nunca he visto en una inspección que hablen y pregunten a los abuelos. En este sentido, en las residencias vamos justos; hay pocos recursos.
Pocos recursos que suplen con iniciativas.
Los profesionales tenemos que ser muy creativos, no conformarnos con preparar un bingo o poner una película. Por otra parte, hay que destacar que las personas más dependientes no se van a acoplar a ninguna actividad. Debemos ser más vigilantes, no se pueden defender, ni pedir o decir lo que les pasa. Con ellos hay que extremar el esfuerzo.
En mi trayectoria, he propuesto iniciativas como que cada residente hiciera una fotografía y pusiera una frase. Les pregunté qué querían fotografiar. Una señora que compartía habitación me llevó a una individual y quería hacer una foto a la cama. Otra, a una tele rota, al jardín… Me dieron tanta información…
Supuso conocer sus inquietudes, aspiraciones…
Cada persona es como una puerta que se abre con una llave. Una llave maestra es el amor, pero luego hay algo específico. Ayudan las entrevistas, hablar sobre lo que han vivido o lo que echan de menos. Suelen ir a lo esencial. El libro intenta reflejar todo lo que cuentan. En la atención a las personas no funciona el café para todos..
Hablar de atención personalizada termina convirtiéndose en una frase hecha…
No suena tan imposible. Yo he conseguido esa individualidad. Debes escuchar y aprender de esa persona. Uno pensaba que había olvidado sumar y quería aprender para que nadie le engañara. Fue su llave. Para un enfermo de Parkinson, le busqué terapia siguiendo líneas de puntos en un cuaderno. Al día siguiente, todos querían trabajar en algo. Trabajé con colorear dibujos, en tres niveles: uno más fáciles, otros más complicados. Y les exigía, porque no da igual cómo se haga, la exigencia da valor.
¿Cuál era el efecto del programa que mantiene la residencia con niños del colegio?
Se llama Emocionarte y vienen escolares de 3 a 5 años a dar una clase conjunta, normalmente con temas plásticos. A los niños más pequeños, a veces, les produce miedo ese contacto, pero luego se crean relaciones que perduran. Las personas mayores, se divierten, les enternecen los niños y saben que se tienen que ayudar mutuamente. Por mi parte, conseguimos que algunos residentes despertaran intereses que, de otra manera, no hubiera logrado.
Ahora lo transmite en el libro.
Pensé que no lo publicaría, porque quería otro enfoque diferente del primer libro. Pero pensé en las familias a la que va dirigido, quienes lo valoran más. Y por consejo del editor, continué adelante. Estoy contenta porque recoge historias especiales, con gente que vivió la Guerra Civil, con el esfuerzo de la pandemia. Ellos han estado muy contentos, ha sido un regalo.