La Redacción de nuestro periódico me pidió hace unos días un relato navideño. Me puse a cavilar sobre lo que ocurrió en Belén hace más de dos mil años y me sonrojó el recordar que nuestro Jesús fue parido en un establo, como si fuera un vagabundo, porque su madre y José no habían encontrado una posada que los acogiera cuando llegaron a Belén a empadronarse, cumpliendo el mandato del que entonces mandaba en Palestina, que era César Augusto.
Con alguna vergüenza, pensando en lo que entonces ocurrió, he dado a luz este relato, a medio camino entre el pasado y el presente, y al tenerlo en las manos me he dado cuenta de que es un relato anacrónico, porque, a pesar de que todo lo que cuento es real, el tempo de cada escena no encaja linealmente con la anterior, pero todas tienen algo que ver con la Navidad.
Los griegos llamaban “cronos” al tiempo y nosotros decimos que un hecho es “anacrónico” cuando no concuerda estrictamente con el orden que señala el calendario. Así que para no confundir al amable lector he puesto en el título la advertencia de que se trata de un relato anacrónico, pero no es imaginario.
Escena primera: en la oscuridad de la noche
– María, despierta. No perdamos tiempo; coge al niño y lo que pueda necesitar, porque nos vamos a Egipto.
María se sobresaltó y, mientras se restregaba los ojos, dijo a José:
– ¿A dónde vamos a ir a estas horas?
Pero José la apremió:
– Tenemos que irnos enseguida. El Ángel del Señor acaba de decirme que Herodes, al verse burlado por los Magos, que no han pasado por su palacio para decirle dónde podía encontrar al niño, se ha sentido burlado y piensa que nuestro Jesús viene a destronarlo; por eso lo busca para matarlo.
– ¡Qué tontería! ¿Cómo nuestro pobre niño puede destronar a Herodes el Grande? ¡Otra vez en camino! ¿No recuerdas lo mal que lo pasé cuando vinimos de Nazaret a Belén? ¿Cómo vamos a ponernos en camino en plena noche?
– María, entonces estabas embarazada –ha respondido José pacientemente–.
– Y ahora voy con una criatura en los brazos –ha replicado María sin poderse contener–. ¡Qué difícil es a veces comprender los caminos del Señor!
– Deja de lamentarte y haz lo que te digo –ha reaccionado José un poco nervioso–. El Ángel del Señor me ha dicho: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, porque Herodes va a buscar al niño para matarle”. No perdamos más tiempo y marchemos cuanto antes…
De este modo, con el miedo en el cuerpo y un hato colgado del hombro donde envolvieron lo más indispensable, José tomó el asno por el ronzal, acomodó sobre él a María y al niño lo mejor que pudo y a hurtadillas se pusieron en camino en la oscuridad de la noche hacia un país extranjero, que no sabían cómo los acogería.
Escena segunda: en el salón familiar, delante del televisor
– ¡Otra vez la guerra en Gaza! ¿Es que no van a terminar nunca estas malditas guerras? Me angustia ver esas hileras interminables de refugiados, que huyen de las bombas y de sus casas destruidas. Alcánzame el mando, que voy a cambiar de canal.
– Da igual que pongas otro canal; es la hora de los informativos y todos dan noticias de la guerra; o apagas el televisor o te tragas la tragedia de esa pobre gente que lo está perdiendo todo por culpa de una guerra, que nunca sabremos cómo empezó y menos aún cuándo acabará.
– ¡Qué mundo éste! ¿No podríamos vivir en paz? Menos mal que este conflicto nos queda lejos. ¡Da gracias por vivir en este rincón del planeta que aún parece tranquilo!
– No te confíes demasiado. Con eso de la globalización y de los pactos multinacionales, cualquier día nos vemos metidos de hoz y coz en el lío y nos salpican las hostilidades…
– Tú siempre viendo el vaso medio vacío. Anda, mira en las grabaciones si ya han colgado un nuevo capítulo de la serie que estábamos viendo; al menos nos hará olvidar la guerra…
Escena tercera: al salir de ver ‘El viejo roble’
– Esta tercera película del ciclo ‘Con otra mirada’ dice muchas cosas.
– A mí me ha encantado. Ken Loach es un maestro del cine social y pienso que con “’El viejo roble ha hecho diana.
– Para mi gusto, ha bordado el personaje de T.J. Ballantyne, y no era fácil conseguir un personaje creíble. Era el propietario del único pub que quedaba en el pueblo y, sin hacer aspavientos, fue capaz de plantar cara a la cuadrilla, siempre malhumorada, de antiguos mineros que frecuentaba su pub. Trató de hacerles ver que era incomprensible que no vieran con buenos ojos a los refugiados sirios que llegaban huyendo de la guerra y que les molestara que comprasen las casas se que se quedaban vacías sólo porque las compraban baratas. Es el único que muestra algo de humanidad y comprensión hacia aquellos pobres refugiados.
– A mí me ha emocionado sobre todo la escena en la que se brinda a reparar la cámara fotográfica de una joven refugiada, cuyo objetivo fue destrozado sin miramientos por uno de los desaprensivos residentes. T.J. pone un soplo de esperanza en medio de un ambiente enrarecido y hostil. De ahí arrancó su amistad con Yara y con otros refugiados. Es una escena que nos reconcilia con la vida.
– Y no pases por alto la valentía y determinación de Yara; a pesar de haberlo perdido todo, se atreve a hacer frente a quienes la desprecian, se esforzó para aprender la lengua de sus nuevos vecinos y trató de integrarse en un pueblo que no quería acogerla…
– Sin olvidar el rencor del vecino que boicoteó las tuberías de agua del viejo pub porque T.J. acogía en él a los refugiados. Aquella traición fue la gota que colmó su paciencia; le produjo tal desesperación que lo abocó a un segundo intento de suicidio, frustrado porque, en medio de todas las tragedias, siempre es posible que se filtre un rayo de ternura.
– ¡Qué odiosa es la tendencia a poner líneas rojas y levantar muros de incomprensión! Creo que es lo que está en la raíz de tantos conflictos, que convierten la convivencia en una hazaña imposible…
Cuarta escena: por el camino llegando a Egipto
– María, ¿vas cómoda? Los aparejos de nuestro asno no son demasiado buenos…
– No te preocupes, José. El niño se ha dormido en mis brazos y está tranquilo, duerme como un angelito.
– Abrígalo, que no se enfríe. El Señor nos lo ha confiado y hemos de cuidarlo hasta que crezca y esté en condiciones de emprender la misión que lo ha traído a este mundo. Pero no nos lo está poniendo nada fácil.
– José, no sabes cuánto he meditado por el camino. Creo que el Padre nos ha encomendado a su Hijo porque Él quiere solidarizarse con todos y cada uno de nosotros, en lo bueno y en lo malo. Tengo la impresión de que nuestro Jesús está destinado a despojarse de sí mismo y ser semejante a los más vulnerables hasta en la muerte…
Cuando María dijo esto aún no sabía que cuarenta o cincuenta años más tarde Pablo de Tarso escribiría a los cristianos de Filipos que Cristo, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos…”, que era justamente lo que ella meditaba mirando la criatura que llevaba en sus brazos.
Ya le he advertido, amable lector, que mi relato es anacrónico a propio intento para que usted ordene en su corazón estas escenas y le ayuden a vivir la Navidad como Dios manda.