En este Año Jubilar, os invito a vivir más intensamente la Semana Santa como un acontecimiento de GRACIA, porque el amor ha vencido a la muerte. Nos adentramos en el Misterio central de nuestra fe, razón última de la esperanza que no defrauda, la que nos convierte en testigos privilegiados, en apóstoles de calle. La Semana Santa, entonces, no es un recordatorio del pasado, sino, y sobre todo, una promesa para el futuro, un horizonte pleno de esperanza, donde la muerte, lejos de ser el final, se convierte en el comienzo de lo eterno.
Nos encontramos sobre una tierra regada con el testimonio de quienes nos precedieron en la fe, en un tiempo que nos invita a mirar al horizonte con la certeza de que la cruz nunca es el final del camino. Tomemos su relevo y respondamos con firmeza a la invitación de renovar la fe, abrazar la esperanza y avanzar con valentía en la certeza de la Resurrección.
Quiero expresar mi reconocimiento y gratitud especial a cofrades y cofradías, por su entrega y por su buen hacer. Vuestro compromiso no solo os hace depositarios del legado de una tradición nacida y arraigada en la fe sino que la multiplica, como la semilla que se esparce, para que llegue a todos los rincones de la diócesis, a todas las almas.
Porque cada procesión, con sus pasos, sonidos y colores, nos sitúan ante el misterio del AMOR, que nos convierte en fuente de esperanza en cada rincón de nuestras calles. En cada corneta, en cada tambor, en cada bombo que suena, en cada mirada emocionada de los cofrades, se refleja el rostro de un pueblo que sigue creyendo, esperando y amando.
Que esta Semana Santa sea una oportunidad para renovar nuestra vida de fe, para reconciliarnos con Dios y con los hermanos, y para recordar que cada gesto de solidaridad y servicio es una huella de Cristo muerto y resucitado en el mundo. En cada paso procesional, llevemos en nuestro corazón a quienes sufren, a los que están solos, a los que esperan una palabra de consuelo o una caricia que les devuelva la esperanza.