La diócesis de Barbastro-Monzón tiene en su historia reciente la muerte martirial de muchos de sus sacerdotes, religiosos y laicos.
Que esto le honre es algo comprensible y esta verdad, confirmada por la Iglesia con la beatificación declarada para muchos de ellos, es simplemente la constatación de unos hechos sucedidos en agosto del año 1936.
Con el paso de los años sus nombres han sido más conocidos y sus vidas y su muerte también más admiradas. Martirio, amor y perdón son cosas que van unidas y, si cada una por separado ya muestra algo valioso, juntar las tres es pura gracia de Dios.
Declarar a una persona santa, o proclamar su beatificación por martirio, no lo hace la Iglesia por capricho, por ocurrencia en un momento histórico o por darse prestigio humano que pueda producir autocomplacencia.
Es, más bien, un acto de alabanza a Dios y una propuesta de modelos de vida fiel y de intercesores valerosos para el camino de la vida cristiana. Los santos y los beatos son frutos maduros que nacen del árbol del Evangelio. Lo que busca la Iglesia con su santidad o beatificación es ofrecer ánimos para hacer que su vida pasada se proyecte en el presente y ayude a vislumbrar el futuro.
Nos interesa ahora saber cómo actualizar en el siglo XXI la santidad. Palabra que puede sonar rara en un mundo secular pero que es necesaria para que el mundo vaya mejor.
Nuestro ambiente social, en general, además de ser muy rápido en sus cambios, y el camino de la santidad es en sí mismo lento, como lo es todo proceso de formación y desarrollo, es permisivo y pluralista.
Tiende a hacer obsoleto todo lo cristiano y quiere hacer encajar en categorías culturales, sociológicas o políticas lo que está mas allá de esos parámetros como es lo religiosos y no digamos el martirio.
Lo que creemos es que, precisamente en este mundo frío para la fe y la experiencia del Dios de Jesucristo, se precisan testigos creíbles de la fe que sepan proponer con su vida modelos de amor y de perdón.
Los mandamientos de Dios son todos programas de vida para el bien de los demás y nunca normas coercitivas de la libertad. Los santos y los beatos han hecho el bien y por eso son imitables.
Si siempre, y especialmente hoy, se necesita la virtud de la esperanza, en ellos existió en sumo grado porque aceptar la muerte desde el amor y perdonando es porque se espera que esa muerte no sea el final de nada sino el comienzo de todo, de una vida nueva donde sólo quedará el amor.