Llevamos ya recorrido parte del curso escolar 2022/2023 y creo que nos vendría bien una reflexión sobre el modelo educativo. Sin entrar en las dificultades que conllevan los cambios de la ley en cada legislatura, me doy cuenta de las diferencias que existen en los modos de afrontarlas, ya sea por parte de los alumnos como de los padres.
Hace unos días, una amiga me contó que en clase de su hijo, en cierta ocasión, un alumno estaba jugando con el móvil en hora lectiva. La profesora, dándose cuenta de la falta de atención del niño, le quitó el móvil, lo dejó encima de la mesa y se lo devolvió al terminar la clase. Al día siguiente el padre, hecho una furia, fue a emprender a la maestra, diciéndole que quién era ella para quitarle el móvil a su hijo y que iba a denunciarla por la cuestión de la protección de datos.
Independientemente de si la profesora podía o no quitarle el móvil al niño, el tema es si los padres son conscientes del para qué envían a sus hijos al colegio. ¿Es para que los entretengan durante unas horas o para que empiecen a labrarse un futuro?
No soy persona que crea que todo tiempo pasado fue mejor. Creo en que hay muchos cambios que han mejorado nuestras vidas; pero también creo que hay muchas cosas que las han empeorado. Estoy pensando, por ejemplo, en el respeto hacia personas y cosas que se nos inculcaba en el pasado en el colegio, y esto es algo que echo en falta hoy. Ni por equivocación nuestros padres habrían ido a emprender a los maestros, aunque les fuéramos con cuentos sobre lo malos malísimos que eran. Hoy, no solo van a emprenderlos, sino que se creen todos los cuentos que les llevan sus hijos.
El hecho de tratar con cierta familiaridad a los enseñantes no quiere decir que se les pueda faltar al respeto, ni mucho menos cuestionar su trabajo. Habrá profesores buenos y menos buenos, pero es indudable que su trabajo es la base fundamental del futuro de cada uno de nosotros. Procuremos no entorpecer su labor.
Hace unos días, cambiando de canal de televisión, me encontré con Arturo Pérez Reverte que decía textualmente: “… al que es capaz, impulsarlo; al que no lo es, ayudarlo”.
Supongo que estaban hablando de la educación, o al menos así lo entendí. Es algo en lo que llevo muchos años reflexionando cuando se habla de la integración de los alumnos en las clases. Y es que sé de dos alumnos que iban a un colegio público donde se practica la integración; tanto es así que estos niños se aburrían soberanamente en clase, ya que muy a menudo tenían que repetir lo ya aprendido para que se integraran los que por costumbre faltaban frecuentemente a clase.
Cuando sus padres se dieron cuenta los cambiaron a un colegio concertado. El resultado: a día de hoy, uno de esos niños es ingeniero aeronáutico; el otro, ingeniero aeroespacial. De haber seguido en ese colegio, posiblemente habrían engrosado las filas del abandono escolar, que tanto preocupan, pero al que no se ponen los medios adecuados para solucionar.
Todo esto se consigue con esfuerzo personal, pero también con el apoyo de la familia que, en lugar de protestar ante los profesores, animaban a los dos niños a estudiar y a hacer los deberes porque, al fin y al cabo, estaban trabajando para conseguir un futuro con mejores expectativas.
En este sentido, no culpo a los niños, porque no saben que el futuro hay que esforzarse para labrárselo, pero sí culpo a los padres porque se supone que quieren lo mejor para sus hijos, lo que pasa es que la cultura del esfuerzo la hemos dejado muy atrás. Y parece que las leyes no lo favorecen mucho.
Hay lugares de Alto Rendimiento para deportistas, pero para los niños con Altas Capacidades, ¿qué hay?