Pensamos que es muy pobre quien, aun teniendo dinero, tiene el corazón insensible ante la pobreza real de los demás. No entender nada del verbo compartir no nos parece humano. Cuando el papa Francisco ha convocado para este año el “Jubileo de la esperanza” sabe que muchos pobres podrán tener esperanza si otros hacen algo para que salgan de su pobreza.
Manos Unidas, la organización de la Iglesia que trabaja para erradicar el hambre en el mundo, se apunta a ofrecer esperanza. Sabe que una fe y una religión auténtica tienen que estar en coherencia con una justicia económica y social.
Cada año, el segundo domingo de febrero, Manos Unidas hace su llamada para que pensemos en rostros concretos de pobreza. “El hambre –ha escrito el papa Francisco– es un flagelo escandaloso en el cuerpo de nuestra humanidad y nos invita a todos a sentir remordimiento de conciencia”. Trabajar por erradicar el hambre en el mundo no es cuestión de magnanimidad sino de justicia. Es muy difícil entender hoy que, en un mundo tan tecnológico que se conecta con continentes al instante, todavía existan tantos lugares reales donde malviven personas como cualquiera de nosotros que no ven cumplido ni el derecho básico a su alimentación.
Manos Unidas propone para este año un proyecto concreto: mejorar la seguridad alimentaria en la Comunidad de Montegrande en Bolivia. El proyecto beneficiará a 300 personas, unas 80 familias, cuya productividad agrícola no llega a atender sus necesidades alimenticias básicas ni les permite generar excedentes comercializables por su bajo rendimiento.
El importe total del proyecto es de 86.732 euros.
No nos queda más que llamar a esta reflexión: entre nosotros, que decimos que tenemos derecho a todo, en lugares a los que llegamos con un clic son millones los que no llegan a tener el derecho a una mínima alimentación. Hay que decir: ¡No hay derecho a esto!