Con emoción contenida escribo el día de san José, día del Seminario, estas letras como gratitud a los 28 sacerdotes a los que me ha tocado cerrar los ojos durante estos siete años de servicio pastoral entre vosotros. Sus nombres, sus vidas y su ministerio pastoral han quedado inmortalizados en nuestro corazón y en el folleto que vamos a divulgar para que intercedan ante el Padre y fecunde de nuevas vocaciones sacerdotales nuestra Diócesis martirial.
¿Habrá algo más hermoso y más fecundo que gastar tu propia vida por hacer felices, fecundos y libres a los hijos del Alto Aragón? Nuestros sacerdotes mártires así lo atestiguaron. A medida que van pasando los años, uno va descubriendo que ni el prestigio profesional ni el poder o la relevancia social que puedas alcanzar…
Te llenan tanto como saberte amado, llamado y enviado por Aquel que llena de sentido tu vida y tu servicio eclesial. Ser sacerdote es una bendición no sólo para la Iglesia sino para toda la humanidad. Casi me atrevería a decir, aunque pueda parecer desproporcionado, que ser sacerdote hoy es un bien ecológico. Es un modo sublime de hacer visible el Reino de Dios; una manera hermosa de encarnar los ideales que tiene hoy cualquier joven; una de las formas posibles de hacer la voluntad de Dios, de ser feliz, de sentirse plenamente realizado, libre…
1) Contestatarios silenciosos de una sociedad consumista e insolidaria con los que carecen de todo…
2) Promotores de relaciones gratuitas. Ellos trataron de poner su vida al servicio de los demás sirviendo sin pedir nada a cambio, estando disponibles, inyectando en la sociedad un suplemento de alma, de humanidad, siendo los hombres de confianza de muchos.
3) Impulsores de solidaridad y unidad. Ante una sociedad dividida y enfrentada, intolerante e intransigente, que confunde al diferente con el enemigo… estos hombres, en su tiempo, supieron ser hermanos de todos respetando las diferencias, propiciando la comunión y la solidaridad.