No sería bueno contestar precipitadamente ni afirmando ni negando. Nos interesa más ir al fondo de su misión y comprender su esencia para responder.
La vida de cada persona es una cuestión abierta, un proyecto inicialmente incompleto que se debe ir completando poco a poco. Y el proyecto personal ha de responder a esta pregunta: ¿cómo se aprende el arte de vivir? Que es lo mismo que preguntarse: ¿Cuál es el camino de la felicidad?
Desde el Evangelio, la Iglesia muestra ese camino evangelizando, es decir, ofreciendo a todos la alegría de una Buena Noticia que libera y salva. Si el arte de vivir se desconoce, las demás piezas del puzzle de la vida no funcionan. Pero el arte de vivir no lo da la ciencia. Ese arte lo puede comunicar sólo, y es lógico, quien tiene la vida. Y la Iglesia anuncia a Jesucristo que es Camino, Verdad y Vida.
No son pocos los que quieren tener un cristianismo sin Iglesia o una fe sin mediaciones dejando de lado la estructura ministerial que dejó Jesucristo a la comunidad de sus discípulos. Alguien sigue pensando que la Iglesia es el “no” al progreso y que se queda como reducto del pasado. Y para avanzar en esta caricatura, y hoy es especialmente patente, se sobredimensionan los pecados de los miembros de la Iglesia y se relega, si es que se nombra, la amplia vida de santidad, caridad y hasta heroísmo que se produce cada día en el más puro anonimato.
En medio de este contexto cultural se celebra este domingo el “Día de la Iglesia diocesana” con un lema preciso y contundente: “Orgullosos de nuestra fe”. No es un lema para decir: “somos los mejores”. Es lo que diría con paz y seguridad el que dijera “soy feliz y estoy contento con mi amor”. La fe es una luz que nos permite conocer que somos amados y que podemos amar. Lo esencial de la vida. Y me lo anuncia la Iglesia. Gracias, Iglesia.