Este próximo domingo encenderemos la segunda vela de la corona de Adviento, en esta cuenta atrás para celebrar el nacimiento de Jesús. Unos días para preparar una de las grandes fiestas del Cristianismo en la que la esperanza supone una nota predominante.

Esperanza, en diferentes términos, que se aplica a informaciones que recogemos en este número. En el pleno deportivo, la de los aficionados del fútbol, que vuelven a soñar con la Copa del Rey y mantienen vivo el sentimiento del “sí se puede” para recibir a uno de los grandes equipos nacionales en la siguiente ronda.

Esperanza la que reflejan quienes participan en una iniciativa solidaria como la impulsada desde Barbastro, con la creación artesana de bolas de Navidad. Su objetivo, aportar su granito de arena a la recuperación de zonas afectadas por la DANA del pasado octubre. Lo destacado no pasa por la buena voluntad de este grupo, sino por la discreción con la que han llevado a cabo la iniciativa, sin poner por delante sus nombres y sus fotos.

Su trabajo, desinteresado, forma parte del alma del voluntariado, aquel que celebra hoy su Día Internacional. Porque el verdadero voluntario no se mueve motivado por el foco y practica el altruismo sin pedir nada a cambio. Y cuando llegan los focos, la mayoría de los voluntarios se retira, se vuelve y no desea salir en la foto. Ahí reside su valor, en su tarea silenciosa que, afortunadamente, llega a donde otros no pueden y atienden a los invisibles.

La paradoja se encuentra en que hoy se busca visibilizar la ingente labor que promueven a lo largo de todo el año. En múltiples causas, cuando ocurre algo extraordinario y cuando no. La esperanza se encarna en los voluntarios.