Nos disponemos social, cultural y religiosamente a vivir una Semana Santa en un mundo muy plural. La deseamos bien vivida y celebrada.
Proponemos, primero, vivir una Semana Santa esencial en el sentido de que vaya en contra de la anarquía. La ausencia de normas objetivas de moralidad, el click del “me gusta” convertido en comportamientos, el pensar que todo vale y que todo da lo mimo, es “lo que se lleva”. Una Semana Santa que vaya a lo esencial debería llevar a encontrar el verdadero camino de la felicidad y de la alegría, que no es otro que el camino que ha mostrado y ha cumplido el verdadero protagonista de la Semana Santa. Descubrir de verdad en el Evangelio de Jesús el camino de la libertad y de la verdad sería el fruto de vivir una Semana Santa esencial.
Una Semana Santa de proximidad es la segunda propuesta. Ser cristiano es lo más exacto a ser próximo. Proximidad no es subir escalones en la sociedad sino estar a la altura de todos que acaba concretándose en estar “en la bajura” de los últimos. ¿Dónde estuvo el verdadero protagonista de la Semana Santa? Junto a todos y junto a los últimos. ¿Cómo no pensar, en una Semana Santa de proximidad, en los desahuciados, en los enfermos, solos, envejecidos, refugiados, emigrantes, niños ni nacidos ni atendidos?
Por fuerza, y en este año Jubilar, la tercera propuesta es que sea una Semana Santa de la esperanza. Vivimos tiempos en los que la esperanza es virtud difícil porque lo fácil es decir que todo va mal. No se puede vivir con esa amargura una Semana Santa. Precisamente por lo que en ella se celebra y por la victoria final de la Pascua es posible la esperanza. Ni la guerra, ni la violencia, ni el odio, ni el poder contra alguien, tienen futuro. El perdón, la humildad cercana, el agradecimiento, el amor, lo que se celebra en una Semana Santa esencial, son la esperanza y el futuro.