Como ya ocurriera hace unos años en el Salto de Bierge, varias localidades han dado la voz de alarma por la llegada de grandes grupos de personas que, a través de agencias, llegan en autobús a pasar el día e invaden ríos y pozas.
A la masificación del turismo de naturaleza –con tanta gente en el Aneto como en un centro comercial en hora punta– y sus consecuencias en el medio ambiente, se une otro elemento que no gusta en los entornos receptores: quien viene no deja un euro en los establecimientos locales.
La sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación y la degradación del paisaje son algunas de las consecuencias de esa masificación, que genera efectos, quizá inadvertidos, en la flora y fauna autóctona.
No cabe duda de que la educación y la concienciación juegan un papel fundamental, ni tampoco que la solución, al final, suele encontrarse en la regulación. Esto incluye la puesta en marcha de políticas que limiten el número de visitantes en áreas sensibles, la promoción de prácticas ecológicas entre los turistas y la inversión en infraestructura que minimice el impacto ambiental.
En última instancia, el objetivo debe ser encontrar un equilibrio entre la conservación de esa desbordante naturaleza que caracteriza al Alto Aragón y su desarrollo económico. No en vano, el turismo representa alrededor de un 17 por ciento del PIB en la provincia de Huesca, la tercera que más interés despierta entre los que buscan turismo rural en España.
Es crucial adoptar medidas razonables y sostenibles a medio y largo plazo para mitigar los efectos negativos de la masificación. Solo así podremos asegurar que las futuras generaciones puedan disfrutar de la belleza y la riqueza natural de Huesca, tal como lo hacemos nosotros hoy. Y solo así podemos garantizar a los que hoy viven en esta provincia un respeto a su modo de vida, a su entorno y a su hogar.