Comienzan esta noche las procesiones de una Semana Santa, la de Barbastro, única en la provincia con el reconocimiento como Fiesta de Interés Turístico Nacional y una de las 95 de toda España. Su historia secular, la fidelidad al origen, las crisis y resurgimientos y, de forma notable, la innegable progresión ascendente de los últimos años han convertido esta catequesis callejera en una de las manifestaciones artísticas y populares más importantes de Aragón. Manifestación, por un lado, de fe, de espiritualidad, pero también de compromiso personal y colectivo, de generosidad y, sin duda, de la repercusión del turismo religioso en la economía de este territorio.
Como referencia, y según el informe realizado por KPMG, sabemos que las fiestas y celebraciones religiosas generan en nuestro país un impacto económico estimado de 9.896 millones de euros y 134.000 empleos. A falta de estudios específicos, sí podemos extrapolar ese estudio a nuestro territorio y, considerando la repercusión de la Semana Santa en la ocupación hotelera y hostelera, y en el comercio local, calificar de forma decidida este turismo religioso como un recurso tan valorable como la naturaleza o la gastronomía. Y siendo tan valorable a veces echamos de menos una promoción oficial, a quien corresponda, de estos atractivos identitarios y tan sostenibles como el que más.
Pero además, la expresión popular del triduo pascual que estos días veremos por las calles de Barbastro, y de muchos otros lugares, resulta de una suma de voluntades individuales y colectivas, y de su correspondiente esfuerzo económico, físico, de tiempo o materiales. También de oración. Y en tiempo como estos, en los que asociaciones y voluntariado no pasan por sus mejores momentos, el de la materialización de la Semana Santa es un ejemplo y una esperanza.