Alto Aragón

Un sinfín de síntomas dificulta el diagnóstico del covid persistente

En Aragón se contabilizan unos 2.000 pacientes, que sufren, principalmente, una intensa fatiga

Una de las consultas monográficas del covid persistente ubicada en el Centro Médico de Especialidades Grande Covián de Zaragoza. Foto: S.E.
Ruth Zamora
17 marzo 2025

Imagínese que se despierta por la mañana. Ha podido descansar después de atiborrarse de calmantes, tras cuatro días de insomnio con fuertes dolores musculares. Unos dolores que le han dejado baldado. Apenas dispone de fuerzas para preparar el desayuno. Otro día en el que permanecerá en casa, del sofá a la cama, de la cama al sofá. Sin poder realizar ninguna actividad que suponga un mínimo esfuerzo. Siquiera leer un libro. Su mente ya no puede concentrarse en la lectura.

Esta podría ser la descripción de una jornada cualquiera de Bea, vecina de Monzón. Ella ha soplado las 52 velas de cumpleaños y sufre de covid persistente. Condición post-covid, según el nombre oficial de la Organización Mundial de la Salud desde octubre de 2021, pues no se considera una enfermedad como tal.

En Aragón la sufren, según los datos oficiales, entre 2.000 y 2.200 personas. Delphine Crespo, presidenta de la asociación Long Covid Aragón, sospecha que suman muchos más. “El médico de familia debe saber identificarla y diagnosticarla y codificarla como tal en el sistema. Falta formación para los profesionales”, sentencia. Crespo define el covid persistente como una enfermedad sistémica, que afecta a muchos órganos y que despliega un gran abanico de síntomas en quienes la sufren. El pasado sábado 15 de marzo se celebró su Día Internacional.

Marta Matía, médico internista de la Unidad de Long Covid, en Zaragoza, explica que se han descrito más de 200. Sin embargo, algunos se dan en casi todos los casos: cansancio, dolor generalizado y crónico que no remite con analgésicos y la llamada niebla mental. Esta se refiere, concreta Crespo, en problemas neurológicos. Como le pasa a Bea, la mente se queda en blanco y se pierde la conciencia de lo que se está haciendo. Por eso no puede leer un libro. 

La presidenta de la asociación de pacientes de covid persistente describe otros muchos signos que aparecen. “Erróneamente, se empezó a hablar de una enfermedad respiratoria, pero las neumonías aparecían por problemas de trombos –explica–. Se trata más de una enfermedad cardiovascular y neurotóxica”.

Delphine Crespo, tercera por la izquierda en la línea de abajo, en el Congreso de los Diputados en noviembre de 2024, cuando se votó una proposición no de ley de reconocimiento y atención a los pacientes de covid persistente. LA PNL llegó al Congreso de mano del diputado por Chunta Aragonesista Jorge Pueyo, que recogió la petición de la asociación Long Covid Aragón que preside Crespo. Foto: S.E.

Difícil diagnóstico del covid persistente

Precisamente el amplio espectro de síntomas conlleva una gran dificultad de diagnóstico. Matía especifica que este llega por exclusión. Se estudian los diferentes síntomas y una vez se han desechado otros problemas, se determina la condición post-covid, definida como la persistencia de síntomas tres meses después de haber pasado el covid.

Desde enero, Matía forma parte de la citada unidad destinada a atender a los pacientes de covid persistente. Junto a ella trabajan una enfermera, que gestiona los casos que ella, como médico internista evalúa estudiando los antecedentes, repasando síntoma a síntoma, descartando otra enfermedad. También cuentan con un psicólogo, una rehabilitadora y un fisioterapeuta.

La unidad ha permitido paliar uno de los principales problemas de los pacientes de covid persistente: la peregrinación de consulta en consulta, por diferentes especialistas, repitiendo una y otra vez su situación. “Se duplicaban las pruebas y no había coordinación, con el consiguiente desgaste del paciente”, describe Delphine Crespo. “Se necesita una atención integral, con profesionales con conocimientos específicos”, reitera.

Bea supone un ejemplo de esta situación. “Trabajaba en una residencia y después de pasar el covid, regresé con secuelas y tuve que coger una baja”, relata. Su caso fue derivado a psiquiatría, alegando ansiedad y estrés. Un diagnóstico que el psiquiatra desechó. Para Bea, la “suerte” llegó de la mano de su médico. “Tenía síntomas parecidos y a raíz del covid”, indica.

A partir de ese momento, tuvo que abandonar su activa vida social. “Hacía deporte, participaba en asociaciones y en política y pasé a un estado de mucho dolor, con taquicardias, con un deterioro cognitivo leve”, explica. Llegó el diagnóstico de covid persistente y el inicio de la odisea por las consultas. “Los médicos te dicen que no saben qué hacer contigo y proponen ir probando. Después de cuatro años ya no quiero probar nada”, lamenta. Y pide investigación.

En la misma línea, la presidenta de la asociación Long Covid Aragón apunta que luchan por ensayos clínicos para encontrar un tratamiento. Las dificultades no son pocas. Delphine Crespo, basándose en los estudios que se realizan sobre covid persistente, describe que sus cuerpos mantienen carga viral: “Hubo un caso de un médico que analizó su apéndice tras una apendicitis y ahí se encontraron restos del ADN del virus; a nivel micro, pero se encontraron”. 

Y añade que las analíticas muestran una inflamación constante en el organismo, desencadenando enfermedades autoinmunes, como lupus o diabetes. En resumen, “solo el VIH tiene mecanismos similares de persistencia viral. Queremos que se ensaye con antivirales tal y como se hace con este conocido virus”, reclama. 

Una enfermedad con más de 200 síntomas referidos. Foto: Long Covid Aragón.

Los testimonios de Bea y Ana

Bea se infectó de covid en octubre de 2020. Los intensos dolores le obligaron a mudarse de su casa, con escaleras, a otra vivienda ubicada en el campo, de planta baja y pequeña, de unos 30 metros cuadrados. Eso le facilita la movilidad y poder realizar sin grandes problemas tareas domésticas como la limpieza o preparar las comidas. “Tengo que vivir sin mis hijos, mayores, a los que no puedo ni prepararles un táper”, describe. Tampoco ha vuelto a invitar a familiares y amigos a una cena en Navidad. Supondría un sobreesfuerzo prepararla. Sin olvidar lo que supone ir a comprar. “Si voy sola, tengo que pedir que me carguen las bolsas en el coche”, explica. 

Su vida social se ha visto mermada a la mínima expresión. Tuvo que dejar el deporte (corría maratones y ultratrail) y no puede viajar. “Mis amigas de toda la vida me preparan planes tranquilos”, explica. Unos planes a los que no sabe si podrá unirse o no. Porque depende de cómo se levante ese día. 

Su condición física se ha transformado en la de una persona de 80 años. Como anécdota, relata su frustración al ver cómo mujeres de esa edad la adelantaban por la calle cargadas con su carrito.

Su caso permite visibilizar la realidad de estos enfermos de covid persistente. Una condición de la que muy pocos se recuperan. Delphine Crespo aporta los datos de dos estudios. Uno cifra a los “supervivientes” en el 7’6 por ciento. Otro rebaja ese porcentaje al 2 por ciento. 

Ana, de Barbastro, forma parte de esta mínima cifra. Ella también se infectó en la segunda ola del covid. “Me acuerdo perfectamente. El 4 de noviembre de 2020 comencé con fiebre. Había aislado a uno de mis hijos, positivo en covid, y entraba a la habitación como un astronauta. Pero lo cogí”, relata. 

A partir de ahí, comenzó su periplo por las consultas médicas. “Tuve mucha suerte, porque tuve una atención temprana en el hospital muy buena, desde el primer momento”, rememora. En este sentido, Ana, arropada también por su familia y amigos, pudo soportar el año y medio que permaneció de baja en su casa, con un cansancio extremo, que constituyó su principal síntoma. Como Bea, describe esa sensación de haber envejecido de golpe 40 años, comprobando como personas mayores se movían ágilmente mientras ella debía sentarse, exhausta, después de haber andado unos pocos metros. “Como si fuera un móvil con una rayita de batería, que se descargaba rápidamente y tardaba en recargarse”, describe.

 A esta fatiga intensa, muy común en los pacientes de covid persistente, se fueron sumando otros muchos, que iban a venían. “Me despertaba y me preguntaba a ver qué aparecía hoy”, indica. Y es que, durante esos meses, sufrió taquicardias y temblores, perdió peso, parestesias (se dormía su cara), febrícula constante, sudoración nocturna, disnea (dificultad para respirar) y merma intelectual. Esta la achaca al propio proceso que atravesaba, a su estado anímico. 

Lo que consiguió combatir fue la fatiga mental. “Una enfermera me hizo un comentario que cambió mi modo de pensar. Me preguntó que quién me decía que no tenía suerte, otros no habían superado la enfermedad. A partir de entonces, me aislé de cualquier mala noticia y me obligué a pensar en mis momentos más felices cuando aparecía el bajón”, explica. Aun así, llegó a pasar por la consulta del psiquiatra, “porque pinché mucho emocionalmente”, y a buscar apoyo psicológico, como el que le proporcionó compartir su experiencia con otros pacientes a través de la asociación Long Covid Aragón. “No me curó el cuerpo, pero me curó el alma”. 

La mejoría comenzó a principios de marzo del año 2022. “No sé la razón, porque yo probé de todo”, confiesa Ana. Desde entonces, pudo ir regresando a su vida habitual, no sin algún susto, como cuando se reinfectó en diciembre de 2023. Y hoy, sin ningún tipo de sintomatología ni aparentes secuelas, puede dedicarse a cualquier actividad que realizara antes de infectarse del virus del covid. En su opinión, su cuerpo ha dejado de inflamarse, una de las consecuencias que describía Delphine Crespo. 

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