En estos días dos cartas a la directora en El País titulaban Fotografiar todo todo el rato y Sin WhatsApp por un día, ambas con una propuesta positiva de ver y disfrutar del directo, no dar la murga especialmente, dejar vivir y perder un poco de ansiedad. Calma, disfruta y comparte con los que tienes a tu lado. Me lo aplico en primer lugar y lo veo como una invitación a recuperar tiempos de cuando no teníamos estas opciones y a saber aprovechar las grandísimas ventajas que tienen, pero en su momento.
El primer lector escribe que “me agota la necesidad que nos han creado de fotografiar todo lo que hacemos (…) Hay quien dice que si no compartes lo que haces en redes sociales es como si no lo hubieras hecho. Las ansias de querer inmortalizar cada momento me hacen no disfrutarlo”.
Y el segundo: “He decidido dar vacaciones por un día al WhatsApp, a ver qué pasaba. Y la verdad es que no pasa nada. Nada malo, quiero decir. Al revés, la experiencia es muy enriquecedora. Ha sido como recobrar la libertad”. Y pide dedicar tiempo “a observar el mundo que late delante de nuestros ojos, por desgracia ya más acostumbrados a mirar la vida a través de las pantallas que en directo. Basta ir a un concierto para comprobarlo”.
Se puede estar más o menos de acuerdo, pero muchos podemos tener la sensación de dependencia y no saber vivir sin estas herramientas. Puede interesar pararse, disfrutar y pausar unos envíos quizá no tan urgentes o tan importantes, buscando además un acuse de recibo que no deja respirar.
Esas dos cartas me trajeron a la memoria otra de 2016, socarrona y con llamada a calmarse. El título era Se me ha roto un vaso y decía sencillamente: “Ayer se me cayó un vaso de cristal y se rompió. Lo cuento aquí porque, como hay tanta gente que lo cuenta todo por Twitter y demás redes sociales, he pensado que también podría interesar a los lectores de este periódico. Hoy se me ha caído un vaso de cristal, y después he tenido que recogerlo”.
Veo bien compartir lo bueno que vivimos y el ahorro que suponen estos medios, pero abogo por el momento presente, por vivirlo intensamente y por pensar un poco antes de compartir. Además de los disgustos que a posteriori pueden traer las precipitaciones, propongo, me propongo, hacer una cosa después de otra y además poner todo el interés en esa única cosa o actividad. Parece a priori fácil pero no lo es tanto.
Además ha entrado el tema del periodismo ciudadano, que está bien y que los medios agradecen. Esta colaboración de las audiencias tiene muchas ventajas, porque levanta temas y sucesos que desde los medios no llegan a cubrirse. Además, esa sensibilidad y transmisión evita intoxicaciones. Lo comentaba Marc Marginedas en las últimas Jornadas Universitarias de los Pirineos, en Barbastro.
Marc ha cubierto muchos conflictos y vivido muchas intoxicaciones informativas, en las que las redes sociales juegan un papel relevante en lo negativo, en cuanto que difunden bulos. Pero también la participación ciudadana dificulta los muros de silencio que se querrían imponer. Si las redes confunden sobre la autoría de un atentado, y al final nadie se aclara, también es cierto que lo que transmiten los ciudadanos que sufren en el propio terreno es una aportación decisiva para defender la verdad.
Marc contaba que en un conflicto, “si expulsas o no dejas entrar a periodistas significa que el gobierno de turno quiere imponer su versión, aunque ahora es más difícil por las posibilidades de transmitir que tienen muchos ciudadanos testigos”.
Por tanto esos testigos pueden y deben contar lo que ven. Siempre con oportunidad, reflexión y la consideración del descanso ajeno y la valoración de si es necesario saber todo de todo y cuanto antes. Una propuesta de proceso interior de enriquecimiento, de cómo me afecta, y que es previo al compartir.