En el lenguaje pastoral se habla mucho de “vocaciones específicas”. Con ello se indica de ordinario las vocaciones sacerdotal y consagrada, para distinguirlas de la vocación “común” considerada como genérica. Pero cada vez se descubre más lo inadecuado de este uso.
La vocación laical no es la vocación común a todos los cristianos, no es una vocación “genérica”, sino una vocación específica. Propia y peculiar de un conjunto de cristianos llamados por Dios para enriquecer el cuerpo eclesial con una funcionalidad peculiar y mediante ella hacer presente y efectiva en la historia aspectos esenciales del misterio de Dios, de Cristo y de la Iglesia que no pertenecen ni pueden ser manifestados por ninguna otra vocación.
Veamos alguno de sus rasgos:
a) La índole secular, carácter específico de la vocación del laico. La especificidad de la vocación laical se ha definido a partir del Concilio y tiene una modalidad de actuación y de función que “es propia y peculiar”. Tal modalidad se designa con la expresión ‘índole secular’: el mundo es para los laicos su lugar propio y su específico lugar eclesial. Implica que han sido enviados y destinados, desde la Iglesia y por la Iglesia, al mundo, para poner de relieve el profundo sentido de Dios en el mundo y su presencia en sus estructuras y funcionamiento. El laico cristiano asume en nombre de toda la Iglesia la tarea fundamental de hacer de este mundo un hogar para los hombres a la luz del misterio de Dios.
b) La funcionalidad o significación específica de la vocación laical. El servicio evangelizador que los laicos prestan al mundo en nombre de toda la comunidad eclesial y en virtud del mandato recibido de Cristo en el bautismo es poner en práctica todas las posibilidades evangélicas, escondidas y a la vez presentes y actuantes en las cosas del mundo. Este servicio tiene lugar y se realiza en cuanto que pone de relieve algunos aspectos esenciales del misterio de Dios, de Cristo, de la Iglesia y de la condición de sentido transcendente del existir cristiano.