En estos momentos, quizá lo correcto sea escribir sobre Ucrania con todo lo que está pasando, pero prefiero escribir sobre cosas más vulgares, dado que todo el mundo habla y escribe sobre esto.
Y me parece bien, pues junto al dolor y destrucción que conllevan las guerras, se está desatando una gran solidaridad con gestos verdaderamente admirables. Aparte de que ya escribí algo el mes pasado.
Lo que aquí quiero contar es algo que me ha hecho pensar bastante.
Hace unos días tuve que ir a hacerle la comida a mi nieta porque por la tarde tenía un acto extraordinario en el colegio y apenas disponía de tiempo.
Como no tuvo que llevar la mochila con los libros la dejó en casa, y sin saber porqué y para qué, quise moverla. Pesaba tanto que no fui capaz. Pensé: pobre criatura que tenga que cargar todos los días con ese peso.
Cuando volvía a mi casa en el autobús, iba una mamá con su hija, que no tendría más de siete u ocho años la niña, que al bajarse iba como arrastrando la mochila hasta que la cogió su madre.
Y entonces pensé en nuestra enciclopedia en la que en un solo libro estaban todas las asignaturas, y todo el material cabía en un bolso, que ni siquiera era muy grande.
Con esto no crean que pienso que todo tiempo pasado fue mejor. Comprendo que la vida tiene que ir cambiando para mejor. No podemos quedarnos parados. Y verdaderamente muchos de los cambios que se están produciendo son buenos y necesarios. Y, sobre todo, la educación tiene que adecuarse a los tiempos presentes.
Pero el tema es si la salud de los huesos de estos niños y niñas no se resentirá en un futuro si cuando se están formando les hacen soportar esos kilos en la espalda. En cada legislatura hay problemas con la educación, pero por lo que yo sé nunca se le ha pedido opinión a ningún traumatólogo para ver si es bueno o no cargar con ese peso.
Y hablando de educación, vuelvo otra vez al pasado. En mi escuela nos enseñaban una educación que pasaba por el respeto a los demás, y en especial a las personas mayores.
Pues bien, hace unos días tuve que viajar a Madrid. Cogí el AVE en Huesca; el vagón iba casi vacío. Mi plaza era la del pasillo. El vagón se llenó en Zaragoza. Una joven ocupó el asiento de la ventanilla. Me aparté para que pudiera pasar y todavía estoy esperando que me diera los buenos días. No solo eso, se sentó de medio lado dándome la espalda y fija su atención en el móvil. Al cabo de un rato, se giró todavía más, hasta el punto de poder hacerle fotos a su trasero con mi móvil. Solo le vi la cara al llegar a Atocha.
¿Es esa la “educación para la ciudadanía” que se imparte en ese cargamento de libros? Este caso es muy llamativo y verídico, pero no raro. Todos los días me encuentro que tengo que ceder yo el paso si no quiero que me arrollen.
Pido disculpas si no todo el mundo piensa como yo, pero en esto sí que considero que “los tiempos pasados fueron mejores”.
Y ojalá el Ministerio de Educación se ponga en contacto con el de Sanidad cuando se elabore la próxima ley y vean si es saludable para los futuros adultos esas mochilas enormes que les hacen llevar.