Sociedad

Yo también fui al antiguo Pedro I

El histórico colegio, que será demolido en las próximas semanas, alberga una inmensa cantidad de recuerdos

Alumnos y profesores del CEIP Pedro I de Barbastro año 2008. JOSÉ ANTONIO ALBERO
Jorge Mazón García Mazón García
31 enero 2023

Escribir una carta de despedida nunca es fácil, y menos aún cuando se trata de despedirse del colegio donde te educaste, creciste y viviste tantas primeras veces. Tengo el privilegio, y la responsabilidad, de redactar el que probablemente será uno de los últimos artículos del antiguo colegio Pedro I de Barbastro, lugar donde se escribió una bonita parte de la historia de muchos barbastrenses.

Pese a que lo fácil hubiese sido preguntar a diferentes generaciones de estudiantes, he decidido regresar a mis orígenes, para contaros mi experiencia y la de aquellos con los que compartí uno de los capítulos más especiales de mi vida. Todo ello para explicaros la historia de un colegio que, marcado por los prejuicios de su antigüedad, decidió romper con todo.

De esta manera, me he montado en el DeLorean, al más puro estilo Regreso al Futuro, para charlar con antiguos amigos, profesores y padres con el fin de revivir la esencia de lo que, para mi generación, fue el antiguo colegio Pedro I de Barbastro.

Mis antiguos compañeros

“Al final, ese colegio ha significado mi infancia”, afirma Bárbara Sin, a quien le hizo mucha ilusión regresar tiempo después, cuando el edificio se reconvirtió en la sala recreativa para la Asociación de la Tercera Edad, donde estuvieron sus abuelos. De la misma manera, Lara Gaspar admite que “el colegio ha sido como una casa. No lo veía como un lugar de estudio, sino como un lugar al que iba porque quería y porque me gustaba”.

Por su parte, María Martín reconoce que “da pena que nadie más vaya a disfrutar ese colegio de la manera que lo hicimos nosotros”. A su vez, ha querido recordar que tiene “muy presentes a los profesores que me dieron clase porque, a mí, por lo menos, me marcaron la infancia”.

Paralelamente, ha recordado varias anécdotas de nuestra infancia como cuando celebramos el día de los expertos, los momentos vividos en el comedor y en el recreo del centro, cuando firmábamos las escayolas, cuando nos dormíamos en las hamacas de pequeños, cuando nos esperaban nuestros padres en la salida, los botes con sal de colores, los bailes de fin de curso, la semana cultural… y un sin fin de vivencias que hicieron único al colegio.

Laura Galicia menciona que recuerda esa etapa como “muy enriquecedora, aunque en ese momento no lo pensase”, sino que ha sido con el paso de los años cuando se ha dado cuenta de que fue “una etapa muy feliz”. Asimismo, recuerda que “cuando nos quisieron cambiar al cole nuevo, que era precioso y grande; nadie quería, porque el viejo era nuestro cole”. Además de los innumerables viajes, también guarda un grato recuerdo de cuando vio nevar por primera vez porque “fue increíble” y del “bendito Chispa Semanal”.

Mis antiguos profesores

Paco Durán, quien ejerció como director y estuvo 36 años en el centro, ha destacado que “en cuanto a instalaciones, era el peor colegio, pero era el que más demanda tenía”. La razón de este dato reside, según comenta, en el boca a boca de la ciudad. Por ello, “casi cada año pasábamos el mal trago de no poder admitir algunas solicitudes”.

Respecto a la demolición del centro, menciona que “cuando la nostalgia puede entorpecer la construcción de un centro de salud, creo que hay que dejarla de lado”. Ahora bien, Durán ha querido dejar claro que “eso no quiere decir que no me emocione al ver las palas tirándolo, porque se van a enterrar muchos recuerdos”.

“El otro día, hablando por el grupo de jubilados, dije que podíamos hacer una visita de despedida”, afirma José Antonio Albero, quien fue profesor del centro. “Hemos estado dando una vuelta por ahí y he recordado la última clase en la que estuve. Aún he cogido alguna cosa de recuerdo”, reconoce. Ha comentado que aquella época estuvo marcada porque hubo “una ilusión en la sociedad”, donde “los padres, alumnos y profesores íbamos todos a una y no costaba nada”. Tanto fue así que “los profesores nos quedábamos más tiempo de lo que nos correspondía y lo hacíamos a gusto”. Con el paso de los años, confirma que “ha quedado un grupo con una amistad profunda”.

Por otro lado, Isabel Félix añade que “de todos los sitios en los que he estado, me quedo con el Pedro I porque éramos una piña”. A su vez, recordó uno de los méritos del colegio. “En el primer ciclo, dejamos de emplear libros y empezamos a trabajar sobre proyectos” y, por ende, “desde bien pequeños dabais conferencias, además de hacer todas las manualidades de la decoración de la semana cultural”, aspecto clave de la metodología del centro.

Igualmente, su hermana, Pili Félix, afirmó que uno de sus mejores recuerdos era “el hecho de que al llegar a la clase empezaseis a gritar de alegría porque os gustaba. Era una cosa que me reconfortaba y me daba unas ganas para seguir adelante siempre” porque “que un crío no viniese contento al colegio, no entraba en mi cabeza”. De la misma manera, reconoce que “cuando nos saludáis con ese cariño, pienso que dejé algo en ese crío porque, si no, no lo haría. Eso es lo mejor”.

“El Pedro I siempre será el origen de nosotros”, afirma María José Vigo. La profesora de religión recordó que en ese colegio “no cabíamos, te chocabas los unos con los otros”, pero, tal y como comentaba también Pili, “ese roce hacía el cariño”. A su vez recuerda la familiaridad del centro porque “siempre estaba abierto y entraba todo el mundo”, relata entre risas. De la misma manera, también destacó la figura de los padres y abuelos que “sentían el colegio como suyo” porque lo han vivido junto a sus hijos y nietos.

Por otro lado, José Antonio Trillo, conserje del Pedro I, ha presenciado una inmensa cantidad de historias entre los muros del centro. “Yo me acuerdo de una maestra que se llamaba Pepa. Recuerdo que, después del verano, empezaron a entrar sus alumnos y la empezaron a abrazar, como si fuera su madre”, relató al rememorar la primera anécdota que recuerda del colegio. “Me recordó a la imagen de la gallina con sus polluelos, fue una imagen que a mí me impactó”, reconoce, hecho que sirve a la perfección como ejemplo la buena praxis del centro.

La verdad es que el Pedro I ha sido siempre un colegio atípico, que siempre apostó por lo humano, el fomento de la creatividad y las nuevas formas de enseñar; aspectos a los que cualquier centro educativo debe aspirar. Con el derrumbamiento del centro, no solo se va un edificio histórico, sino que también se van una infinidad de recuerdos.

Se va el edificio, pero no los recuerdos

Casi para acabar, me gustaría recordar un pequeño fragmento extraído de una edición del Chispa Semanal de 2010, el cual recogía la última semana cultural celebrada en el antiguo centro: “Atrás quedarán muchas semanas culturales, muchos proyectos realizados, muchos niños que primero alzan sus ojos buscando sus dibujos y, años más tarde, van subiendo centímetros en la marca de la pared. Muchos padres que también pasaron un día por estas aulas y guardan recuerdos imborrables; así como maestros y maestras, conserjes, cuidadoras y el personal de limpieza… Todos tendrán su cuento especial de vivencias atrapadas entre estas paredes”.

Esta carta de despedida no podía acabar sin rendir un tributo especial a una de las figuras más queridas del centro, Inma Subías, quien ha estado presente en la mayoría de los testimonios. La profesora, que a tantos alumnos marcó en sus vidas, fue gran parte del alma del colegio. Por ello, este humilde proyecto de periodista, a título personal, quiere dedicarle este artículo, porque estoy seguro de que le habría llenado de ilusión y de orgullo leer estas líneas. Gracias por todo.

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